Era lógico que en plena Freddymanía, allá a finales de los ochenta, se publicase un tebeo protagonizado por este hombre del saco ya no tan moderno que durante un montón de años fue el mayor icono del cine de terror, sintetizando en su franquicia todos los ingredientes del cine de terror ochentero, a saber: psichokillers de todo menos realistas, adolescentes en peligro que no se comportan de forma pasiva, y todo ello con un envoltorio grotesco pero presentado de forma divertida (¡Con mucho látex!).
Este tebeo de Marvel, que recuperaba así su tradición setentera de hacer revistas de comics de terror en blanco y negro, fue lanzado con mucha promoción. Las portadas eran espectaculares. Y la historia que se eligió para comenzar podría haber sido el hipotético guión de cualquier secuela de la saga a insertar entre las entregas 4 y 5.
La primera historia de este comic, dividida en dos partes que se publicaron en sendos ejemplares de la colección, era fiel a la mitología cimematográfica. Todo comienza en la imaginaria ciudad de Springwood, a la que regresa la doctora en psicología Julianne Quinn, que después de haber sufrido en sus carnes las pesadillas con Freddy decide abandonar Nueva York para ayudar a los adolescentes locales que aún son acosados por este horrible monstruo.
Allison Hayes, que casi había sido asesinada por Freddy, es su primera paciente con la que pondrá en práctica sus revolucionarios métodos para luchar con el malvado maníaco. Las dos mujeres consiguen reunirse en el mismo sueño, para descubrir horrorizadas que se hallan en el interior del cerebro de Freddy Krueger… pero de manera literal, es decir, que quedan atrapadas en la masa encefálica del psicópata.
Esta aventura también hace referencia al origen de Freddy Krueger, contandonos de nuevo el fatídico momento en el que la monja Amanda Krueger fue violada por todos los maníacos que estaban recluidos en la institución mental en la que la religiosa trabajaba.
Terminada esta historia, en la penúltima página del segundo número de esta colección se anunciaba un tercer ejemplar, pero éste nunca vio la luz. Los dos números publicados merecen la pena. Se integran perfectamente en la leyenda de Krueger y además no escatiman en gore, eso sí, cuidadosamente dibujado en blanco y negro.